jueves, 18 de febrero de 2016

Natalia Sanmartin Fenollera- El despertar de la señorita Prim

Es curioso lo que me impactó esta pequeña novela de poco más de trescientas páginas; y es que cuando la compré me llamaron la atención no sólo las ilustraciones de la portada (cómodos sillones, pasteles, libros, una chimenea, un viejo gramófono, etc.) que me provocaron una sensación enormemente placentera de hogar, de comodidad, de ternura...
Como iba diciendo, no únicamente el diseño de su portada me impactó, también la escueta sinopsis que leí en su contraportada, una de las frases decía así: "El despertar de la señorita Prim nos sumerge en un inolvidable viaje en busca del paraíso perdido, de la fuerza de la razón y la belleza y de la profundidad que se esconde tras las cosas pequeñas."

Es uno de estos pequeños resúmenes que te llegan, que te llenan de curiosidad y que hacen que quieras saber más. No pude hacer otra cosa que llevármelo a casa, los lectores complusivos ya conocerán esa familiar sensación de tener un libro entre las manos y notar ese extraño pegamento que no permite que lo devuelvas a la estantería de la que lo sacaste, que hace que te muerdas el labio intentando echar cuentas de cuánto dinero llevas encima y cuánto deberías gastarte...y que finalmente te hace llegar a la conclusión de que no importa, ¿Qué mejor foma de gastarse el dinero que en un buen libro?, ¿Y con quién iba a estar mejor esa pequeña novela que contigo?

Así que, en definitiva, me lo llevé a casa, y cuál fué mi sorpresa cuando descubrí que este libro no tenía realmente nada que ver con lo que aparecía en el resumen de su contraportada, que tenía varias capas de lectura y que esa era una forma muy superficial de describirlo, de hecho aquél que se lo lea y se quede únicamente con esa triste descripción es que realmente no lo ha leído.

Esta novela habla de mucho más, habla de la búsqueda del "yo" interior, de la huída de las convenciones, de la obtusa modernidad, de la cambiante sociedad en constante ebullición, de la desesperación del ser humano por reencontrarse con su espiritualidad, con la magia del alma y la belleza que le rodea, con dejar de analizarlo todo con escuadra y cartabón y maravillarse como un niño del mundo, del universo...de la vida. ¿Es curioso que un pequeño libro de no más de trescientas páginas hable de todo eso no?

Me pareció increíble que una joven periodista especializada en economía hubiera sido capaz de escribir algo con tanto encanto, con tanto mensaje...dándole tintes de las más célebres escritoras románticas como Jane Austen, las hermanas Brontë o Louisa May Alcott. Esas escritoras en cuyas novelas no podía faltar una buena reunión de salón junto a una buena chimenea y unas tazas de té o chocolate caliente con pastas y pastelillos de limón.

Toda la trama se produce en un pequeño pueblo llamado San Ireneo de Arnois, en el que vive una pequeña colonia de hombres y mujeres que han querido huir de la modernidad, que han preferido vivir a la vieja usanza, al más puro estilo de la campiña inglesa en el siglo XIX; esa época de paseos por el jardín, reuniones frente al fuego, discusiones filosóficas y literarias junto al té de la tarde, etc.
Hasta los niños de esta mágica aldea reciben una educación estricta basada únicamente en la lectura de los grandes clásicos, en todos los idiomas, que les hacen parecer pequeñas enciclopedias andantes.

La señorita Prudencia Prim (una dama que siempre había pensado que pertenecía a una época que no era la que le había tocado vivir y que estaba harta de la vanalidad y la marabunta de la sociedad moderna) aparece en este pueblo en respuesta a un anuncio que encuentra en el periódico, en el que se solicita una joven bibliotecaria para clasificar y ordenar los viejos libros de un hombre lleno de secretos. Allí encontrará la vida sencilla y rural que tanto anhela...y mucho más que no esperaba encontrar.
Tendrá que convivir con los vecinos de la cerrada colonia, acostumbrarse a sus tradiciones y descubrir un estilo de vida que despertará sus sentidos y alimentará su alma hasta sacarla de su caparazón y transformarla en la mujer que siempre había querido ser.

"Qué cosa tan pequeña y tan grande es la felicidad"